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domingo, 17 de mayo de 2015

DOS ESCOBAS

DOS ESCOBAS..
Por favor, no pienses que mi casa es un muladar cuando te cuento que normalmente, no se barre a diario. Lo hago un día sí y un día no. Pero justo atrás de mi bello hogar, hay un terreno que hasta hace relativamente poco tiempo, estaba lleno de árboles y de pájaros, y hoy es un sitio árido, lleno de rocas y máquinas listas para levantar casas o qué se yo. El caso es que, como te dije, es árido, seco, y por lo mismo, con polvo. Y con el viento primaveral ese polvo se mete a cada momento a casa, cambia a gris el color de la terraza y se cuela de manera imperceptible a todo sitio. Así que los hábitos de barrido, han tenido que cambiar, han tenido que aumentar y acompañarse de un buen mechudo listo para trapear.
Y hoy veía asombrada la cantidad de polvo que juntó la escoba porque no pensé que estuviera tan sucio el piso, y me hizo pensar en cómo de alguna manera, nuestra vida espiritual se asemeja a esto. Creo que muchas veces, somos bastante indulgentes con nuestra condición ante Dios, y en realidad, no pensamos que estemos tan mal. Y es probable que en parámetros humanos, tal vez estés mejor en comparación con otras personas: no haces mal a nadie y pueden decir que eres una buena persona.
El problema con esto, es nuestra referencia para llamarnos buenos. . El punto de medición no es otro, que el Señor Jesucristo.
Y ahí es cuando la cosa se complica. Porque en nuestra buena opinión tal vez seamos limpios, pero ante los ojos del Dios que es Santo, Santo, Santo, nuestra vida espiritual queda expuesta como suciedad, y aun lo que consideramos “buenas acciones” son en realidad, trapos sucios y malolientes.
“Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento. “ Isaías 64:6
El pecado ensucia nuestra vida a diario, constantemente, silenciosamente. Es el precio que pagamos por la caída en el Edén. Estamos expuestos a la labor insidiosa del enemigo, en busca de mantenernos separados de Jesús, el Liberador.
¿Qué pues, como dice Pablo, hacemos entonces? Por lo que Jesús entregó en la cruz, tenemos un propósito divino:
“Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación.” 1Tes 4:7
Y esta santificación, este proceso diario de ir viviendo conforme a lo que Dios desea, en mi humilde opinión tiene dos escobas (permíteme la burda ilustración): la Palabra de Dios y la oración.
“Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas. “ Santiago 1:21
Cuando me presento en oración ante Dios, tantas veces como me sea necesario en el día, me sujeto a las órdenes del Señor de los ejércitos, y sólo por su Espisitu santo es que mansamente reconozco mi necedad y necesidad de estar conectada a la fuente de Sabiduría, al Único y Sabio Dios. En este verso Santiago, me recuerda que la Palabra YA ha sido sembrada en mí, que el Espíritu de Dios es quien me la recuerda, y quien me anima buscar y escudriñar en las Escrituras, a Aquel que nos salvó. El Señor Jesús.
Eso es lo que nos limpia: la sangre de Jesucristo de la que habla toda la Biblia. La sangre de Jesús que me recuerda que soy salva para vida eterna, pero que el tiempo que me toca estar aún en la tierra, debo recorrerlo en la constante y preciosa limpieza de Dios, con arrepentimiento, pero también con el gozo de saber que El no deja nada a medias.
El ya cambió mi condición de pecado, y me ha llamado hija, por amor a Su hijo Jesús. ¿No te alienta eso? Sí, yo sé que a veces cuando el Señor hace limpieza, duele. Pero ¿quién soy yo para cuestionar sus métodos?
Que la mansedumbre y humildad de Cristo nos anime siempre a buscar a nuestro Padre , acercarnos a Él con la certeza y alegría de que atrás quedó nuestra sucia condición, y hoy andamos vestidas con túnica de colores, vestidas de Su gracia.
¡Bendiciones!
C

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